Finalmente, sin apartarse de la parte pedagógica, el autor se plantea el implemento del libro como maestro de dibujo como un método más de enseñanza al ser un acta histórica con una capacidad notarial irrefutable. Considerando los libros como sillares dispersos sobre sus cinco siglos de existencia impresa, podemos a través de ellos y con la paciencia de un arqueólogo y restaurador, reedificar aquellas historias difíciles de aflorar por otros medios. Rescatados y ensartados por su cronología, los títulos de una misma ciencia dibujan su propia historia. Una de ellas sepultada y difícil de reconstruir por otros medios es la del aprendizaje del dibujo y la participación de este proceso en la formación artística. Sería más utópico pensar que pudiéramos reconstruir esta historia a través de los ejercicios y documentos académicos.
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